«¿Qué ven,
Jerhonimus Bosch, tus ojos atónitos? ¿Por qué esa palidez en el rostro?
¿Acaso has
visto aparecer ante ti los fantasmas de Lemuria o los espectros voladores de
Érebo? Se
diría que para ti se han abierto las puertas del avaro Plutón y las moradas del
Tártaro,
viendo como tu diestra mano ha podido pintar tan bien todos los secretos del
Averno».
Dominicus
Lampsonius
¡Maldito
cierzo! Has alborotado las candentes ascuas de mi conciencia. ¿Quién te mandó
colarte por
la única hendidura sin sellar que quedaba en mi cráneo? Arrasaste con tu
vientre la
llama de mi candil, amarraste a tu cola a mi rebaño de luciérnagas, arruinaste
mi
versión
celeste y ahora sólo puedo deambular, a tientas, por el jardín de las delicias.
Al tercer
día el mundo era perfecto, limpio y frágil como una flor, no había ni rastro de
animales ni
de animales humanos, le sobraron cuatro días de trabajo a ese que llaman el
creador y la
tierra hoy estaría a salvo. ¡Tres, tres, tres era el número completo! hubiera
sido la
perfección absoluta, ahí hubiera empezado todo y ahí mismo hubiera terminado,
pero no,
hubieron salidos de la nada hombre y mujer que con costillas y manzanas fueron
a saco a por
el mundo. Contaminaron estanques, arrasaron con el viento y la lluvia,
desenrredaron
los límpidos tirabuzones que hacían más coquetas a las nubes cada
primavera y
prendieron fuego al infierno al sucesivo verano.
Ya no hacía
falta luz, las llamas mefistofélicas ardían sin pudor a todas horas, allí
abajo,
en lo más profundo,
había cremaciones continuas de objetos, animados e inanimados,
cosas que el
animal humano ya no valoraba: un árbol, varias nubes secas, puñados de
pétalos,
paladas de arena, alas de unicornio y colas de dragón. Un libro antiguo y otro
nuevo,
varias consciencias y cuerpos inconscientes de los inocentes, había cabida para
todo y para
todos los que quisieran hacer uso de aquel servicio humanoide estaban las
puertas
abiertas y si alguna vez estaban cerradas bastaba con empujarlas a la exorbitante
lumbre y
empezar nuevamente de cero; pues tampoco había prisa, no habia tiempo para
relojes ni
maquinistas.
Mientras
todo arde y se va precalentando el horno en el serrallo hay momentos para la
música, los
serafines bienaventurados que forman el primer coro, eunucos que están
rechonchos y
abuhados, desenvainan su instrumento para amansar a las bestias que
lanzan
vituperios al cielo clamando clemencia para sus tímpanos.
Rebuzna un
burdégano cabezón haciendo los graves, viste de traje y corbata. Otrora fue
el encargado
de guiar los pasos de su pueblo durante años hasta que éste se le fue de las
manos; la
gente se cansó de sus coces y de sus impuestos absurdos desviados al otro
barrio.
Condenaron al charlatán a la osuridad, mientras ellos alborozados quemaban los
billetes y
fundían las monedas, senternciaron al cuadrúpedo a que sólo abandonaría la
oscuridad
los días treinta y dos de cada mes en los años bisiestos, el resto del tiempo
sería el
bajista oficial del feudo.
El pequeño
Ümlaut está agotado, es como El Principito de Antoine de Saint Exupéry pero
en un
asteroide de mierda; él es El Principote, más bien. Ha decidido abandonar por
un
día la
superabundancia de su tierra, caótica por ello, y tomar el hatillo repleto de
soledades y
partir en busca de la luz que un día trajeron las luciérnagas en bella danza y
el animal
humano apagó con sus meadas fuera de tiesto.
En esto que
algunos llaman Edén, el reloj de la noche con sus agujas de plata ha
empezado a
zurcir los ropajes raídos del Pez Nada, de su novia la Pájara Ave y de su
séquito de
secuaces. Componen el ejército de mascotas variopintas una mujer garrapata
elegante y
con manípulo, un animal de bellota con boina y alzacuellos, una libélula de
guante
blanco llena de manos, unas manos llenas de dedos, unos dedos llenos de uñas y
unas uñas
llenas de mierda. En total son unos cuantos, se cuentan con los dedos de una
de las manos
de la libélula.
Se abre la
caja de cerillas y a la más lista se le enciende la cabeza de tanto pensar, es
el
momento de emprender
la huída, el mundo está repleto de seres que buscan armonía,
sosiego,
respeto, convivencia y luz. Es el momento. En pocas horas amanecerá y el jardín
volverá a
contaminarse, pero sé de un topo que conoce una salida de emergencia que
comunica
directamente con el váter de El Vaticano, si ese día a su Excelencia no le da
por
hacer, como
siempre, lo que le salga del culo, aprovecharé para escapar del Paraíso.