Como la flor indolente que brota en el desierto
son mis palabras de poeta entre hormigones,
indecentes versos que cayeron por su propio peso
a los albañales cavados en los oídos de los otros;
pero aguardan su momento, el de la luz y el agua,
para salir del pecho y reventar contra los vidrios.
Al rutilar de unos ojos que sufren desconsuelo
no pueden callar las plumas tiznadas de negro,
las máculas de sombra tallarán los pliegos albinos
para empaparse de lágrimas y escurrirlos al váter.
Pasarán los hombres, como los reflejos en el espejo,
como los vientos de alcoba entre los vanos del muro
y quedarán los estigmas de sus palabras y sus pasos.
Mas aunque haya arena en los labios que será barro
y moldes de manos,
mas aunque vengan empujones de hombros,
y mujeres y niños y ancianos,
cobijará la soledad al poema sucio
en las esquinas impolutas de un arco.